viernes, 8 de abril de 2011

Disculpe si no me levanto


Río, aunque rueden ríos de lágrimas por mis mejillas, aunque se me empañe la mirada, no dejaré de sonreir, de transmitir esa absurda mueca símbolo de alegría.

Cuando creía vencida mi imposibilidad por ser feliz, los infortunios me golpean con más fuerza. Obstáculos que dificultan el duro y escarpado proceso de subir y subir con la duda y la desesperación que acompaña la incerteza de no saber cuando finalizará esa lucha, cuando podrás relajarte y dejar que tu cuerpo inerte se deje caer y, empujado por la gravedad, siga su curso. Tal vez, cuando eso suceda ya no sabremos discernir entre lo real y el sueño, nos tornaremos de goma, y el calor no hará si no más que quemarnos y fundirnos hasta derretirnos. Ya no seremos materia. Dejaremos de existir, de sentir, de ser. Olvidaremos que un día nuestro esfuerzo no fue en vano, si no, un combate con la irremediable pena que nos recuerda sin descanso, el precio de la felicidad.

Y es por eso que me aferro a la sensación de felicidad cuando la experimento, porque se que de un momento a otro, el sufrimiento y la angustia harán acto de presencia para recordarme lo efímero que resulta ese estado transitorio de dicha que se ha instalado en mi ser por un limitado espacio de tiempo.