Los tiempos cambian. Suena a discurso de aquellos que se hacen mayores. Para bien o para mal, no entraremos a debatir sobre estas cuestiones. Cuando era una cría, las calabazas tenían diferentes significados para mí, más allá del literal del fruto en sí. Me viene a la mente los desplantes sentimentales, pero también los fracasos escolares y por descontado, el clásico entre los clásicos cuentos infantiles de La Cenicienta y su famosa carroza, con la que sin ella no habría podía llegar al baile que tan buen resultado para su futuro le tenía reservado, y todo gracias a una calabaza. Pero nunca se me hubiera ocurrido que pudiera ser un farolillo en forma de cabeza como objeto de decoración.
En mi vida he probado jamás la calabaza. Se que se prepara en pasteles, cremas y sopas, pero hasta hoy no había tenido ocasión de preocuparme seriamente en cómo cocinar este alimento. Pensaba que su interior sería más como una sandía, pero lo que me he encontrado es más similar a un melón. He leído por ahí que hay varios tipos, lo que tenía entre mis manos era bastante circular y de un color rabiosamente anaranjado, con una enorme cantidad de pulpa filamentosa que sujetaba una cantidad industrial de pepitas, y poca, muy poca, casi inexistente carne. Así que como las recetas que había hojeado hablaban todas de trocear a dados la calabaza, ahora tengo una fuente llena de algo que debe ser el interior de una calabaza pero de lo cual no se de qué se puede sacar provecho culinario. En la nevera está. No, tranquilos, no os esforcéis por aportar sugerencias. Mañana dispondré de todos los preparativos oportunos para una digna despedida de las entrañas de esta cabeza sin cuerpo que me acompañará en los próximos días.
A mí que eso de El día de los difuntos, porqué así se llama también al día de todos los santos, siempre me había dado cierto respeto, vamos, miedo. Tenía el absoluto convencimiento de que ese día era la fiesta mayor de los muertos y salían todos a darse garbeos sin molestarse en ser discretos y pasar desapercibidos entre los vivos. Más tarde crecí, que no madurar, y descubrí que para estar rodeada de fantasmas no necesariamente tienen porqué estar estos muertos.
Si mi mosqueo aumentaba, a medida que pasaban los años, por la cantidad de tradiciones que la globalización congregaba en un periodo de tiempo reducido como son las Navidades, con las imposiciones mediáticas inicialmente y posteriormente abarcando todos los campos de nuestras vidas, con Santa Claus y Papá Noeles conviviendo con mis añorados Reyes Magos, de los cuales claudiqué el año que me trajeron unos putos, y únicos, Juegos Reunidos Geyper que ni pedí, aparecía la figura de Halloween justo en la misma fecha que para mí, de toda la vida, había sido la Castañada (La noche del 31 de Octubre se celebra comiendo castañas, boniatos asados y panallets). Terror me causaba la idea indisociable de la película, pues a los muertos desatados añadimos a un psicópata con ganas de matar, no más asco-pena me producía la idea de tener que disfrazarme dos veces al año a falta de una. Los Carnavales tenían su punto, pero con el tiempo se me creaba una duda existencial difícil de resolver: ¿Tenía también que entrar a formar parte del paripé de confeccionarme un traje de bruja, fantasma sabanero o lo peor: niña gritona soltando la frasecita Truco o trato? No, no y no. No iba a sucumbir. Y mi casa no iba a adornarse con ridículas guirnaldas de murciélagos y espantosos esqueletos, ni mucho menos, tétricas calabazas con las que tener más de una desagradable pesadilla.
En mi vida he probado jamás la calabaza. Se que se prepara en pasteles, cremas y sopas, pero hasta hoy no había tenido ocasión de preocuparme seriamente en cómo cocinar este alimento. Pensaba que su interior sería más como una sandía, pero lo que me he encontrado es más similar a un melón. He leído por ahí que hay varios tipos, lo que tenía entre mis manos era bastante circular y de un color rabiosamente anaranjado, con una enorme cantidad de pulpa filamentosa que sujetaba una cantidad industrial de pepitas, y poca, muy poca, casi inexistente carne. Así que como las recetas que había hojeado hablaban todas de trocear a dados la calabaza, ahora tengo una fuente llena de algo que debe ser el interior de una calabaza pero de lo cual no se de qué se puede sacar provecho culinario. En la nevera está. No, tranquilos, no os esforcéis por aportar sugerencias. Mañana dispondré de todos los preparativos oportunos para una digna despedida de las entrañas de esta cabeza sin cuerpo que me acompañará en los próximos días.
A mí que eso de El día de los difuntos, porqué así se llama también al día de todos los santos, siempre me había dado cierto respeto, vamos, miedo. Tenía el absoluto convencimiento de que ese día era la fiesta mayor de los muertos y salían todos a darse garbeos sin molestarse en ser discretos y pasar desapercibidos entre los vivos. Más tarde crecí, que no madurar, y descubrí que para estar rodeada de fantasmas no necesariamente tienen porqué estar estos muertos.
Si mi mosqueo aumentaba, a medida que pasaban los años, por la cantidad de tradiciones que la globalización congregaba en un periodo de tiempo reducido como son las Navidades, con las imposiciones mediáticas inicialmente y posteriormente abarcando todos los campos de nuestras vidas, con Santa Claus y Papá Noeles conviviendo con mis añorados Reyes Magos, de los cuales claudiqué el año que me trajeron unos putos, y únicos, Juegos Reunidos Geyper que ni pedí, aparecía la figura de Halloween justo en la misma fecha que para mí, de toda la vida, había sido la Castañada (La noche del 31 de Octubre se celebra comiendo castañas, boniatos asados y panallets). Terror me causaba la idea indisociable de la película, pues a los muertos desatados añadimos a un psicópata con ganas de matar, no más asco-pena me producía la idea de tener que disfrazarme dos veces al año a falta de una. Los Carnavales tenían su punto, pero con el tiempo se me creaba una duda existencial difícil de resolver: ¿Tenía también que entrar a formar parte del paripé de confeccionarme un traje de bruja, fantasma sabanero o lo peor: niña gritona soltando la frasecita Truco o trato? No, no y no. No iba a sucumbir. Y mi casa no iba a adornarse con ridículas guirnaldas de murciélagos y espantosos esqueletos, ni mucho menos, tétricas calabazas con las que tener más de una desagradable pesadilla.
Pero sucedió.
El pasado jueves el padre de 3’15 le regaló una. Y una servidora ha tenido que vaciarla, hacer acopio de imaginación y dotarme de fe ciega para que, por una vez en la vida, las manualidades no fueran una de las múltiples cualidades de las que carezco. El resultado es este:
Lo se, en estos momentos es totalmente aplicable aquella frase de Groucho que decía: Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros. Y es que, la ilusión que le hacía a 3’15 por tener su calabaza de Halloween bien merecía la concesión.
Y es que, como decía al principio, los tiempos cambian, por más que queramos aferrarnos a nuestro conservadurismo natural.